Amador Montes ha logrado una experiencia probada por la que consolida un discurso, cuyos elementos atrapan de forma sutil e inteligente la esencia de sus tradiciones, para crear piezas que constituyen su génesis o lo devuelven a su propio origen: Oaxaca.
Con una argumentación que no pretende ser anecdótica ni narrativa, y que se distingue por la presencia de
un universo conceptual donde se interrelacionan el argumento, la costumbre, la religiosidad y el sincretismo expresados a partir de un conjunto de signos estéticos, este singular creador tipifica el procedimiento iconográfico para generar una producción que nos remite a los sistemas culturales de esa vasta región. Este vínculo de comunión con sus creencias mágico- religiosas, constituye un acto de declaración simbólica, el cual le permite abrirse a amplios mecanismos expresivos, dentro de una estética que busca la reflexión, provocada a partir de la experiencia, la identidad, la vivencia y la tradición. Es así como en su obra lo real se fusiona con lo sobrenatural, y la representación de los sueños a elementos que llegan desde sus orígenes, o desde la memoria primitiva a través de la tradición; todo tiene un significado o sirve de clave para descifrar el mundo quimérico de Amador Montes.
Su trabajo tiene, como todo ritual, un sistema de revelación y vinculación con acciones de valor simbólico que lo inscriben en un territorio y lo ligan a actos de fe, los que ejecuta más por convicción que por designio. Amador Montes toma de la cotidianidad elementos reconocibles como pájaros, enseres, letras y caligrafías (que se convierten en mensajes cifrados), frutos y granos de la región, etc., para fusionarlos con atmósferas misteriosas u orientalizadas, elementos que evocan otros territorios, sobreponiéndolos a texturas líricas que nos recuerdan los muros viejos de ciudades lejanas en otros continentes, descubiertos e inventados, y entonces la irrealidad toma forma haciéndose real en la superficie de la tela.
La realidad es transferida a la obra mediante el despliegue de su capacidad fabulatoria, la cual le permite la creación de los mundos fantásticos que nos entrega como parte de un códice en el que se fusionan dos momentos, dos historias y dos orígenes, todo ello dentro de un proceso de acriollización; la entremezcla de una cultura nacida en ese sitio y otra que ha sido transculturada para convertirse en originaria: la indo- hispánica.
Su obra, a pesar de su indudable actualidad, retoma de sus ancestros a los que teme y venera sus narraciones y mitos para hacerse fiel a ellos, a su pueblo que habrá de perseguirlo y distinguirlo; sus leyendas que sirven de punta de lanza para crear mundos ficticios donde las criaturas respiran, se mueven, se desplazan como en su entorno natural para conformar las partes dinámicas de un todo concertado y armónico; una composición donde el horizonte se fusiona y se difumina con sus personajes y sus elementos; la tela se convierte así en un territorio conquistado en cada obra.
El mundo expresivo de Amador se ha dejado atrapar por la fábula, el entorno y por su propia realidad; razón por la cual es un portavoz extraordinario del arte de esa entidad. Por lo que, Comiendo amor constituye desde su propio enunciado un acto de fe, basado en el consumo de sus vínculos más poderosos, los encontrados dentro del inconsciente que lo motiva: sus propias raíces.
Rafael Alfonso Pérez y Pérez