Quizá una de las crónicas más conocidas de nuestro tiempo es la que presenta el autor estadounidense Carl Sagan en su libro “Los dragones del edén: Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana.” En esta investigación establece un calendario cósmico, donde se representa la vida del universo en un año terrestre (365 días). La hora cero del primero de enero hace referencia a la creación del universo, cada segundo de su crónica representa cerca de 500 millones de años. La tierra se forma el 14 de septiembre, el origen de la vida se ubica el 25 del mismo mes. El hombre aprende a servirse del fuego hasta el 24 de diciembre a las 23:46 hrs. El renacimiento surge en Europa el 31 del último mes a las 23:59:59., y el tiempo actual se sitúa en el primer segundo del año nuevo.
Lo que pretende dar a conocer Carl Sagan es que el ser humano es sumamente joven y el universo es sumamente viejo. En esta crónica la humanidad consciente –construida por linajes familiares e historia– representa sólo una decena de segundos de la vida del año cósmico.
Todas nuestras memorias se pueden encontrar en esta pequeña fracción de tiempo, toda persona que vivió, reyes, poetas, guerreros, imperios, inventos, libros, todo lo que conocemos aconteció en los últimos diez segundos de la vida del universo.
En suma, Carl Sagan nos dice que somos el legado de una evolución cósmica, que la inteligencia humana es el fruto de esta evolución de millones de años de transformación de materia estéril a células vivientes que se adaptaron para vivir en su entorno hasta el grado de tener consciencia propia.
Las distintas formas en las que se manifiestan los sentimientos del hombre, en lienzos, papel e ideas, forman parte de esta consciencia desarrollada por los seres humanos. El arte y sus expresiones pertenecen a ramas del conocimiento donde la capacidad inventiva conjugada con la técnica, la originalidad y la estética son variables indispensables para crear una obra universal.
Lo importante de una obra de arte es que es fiel testimonio de la memoria inconsciente del artista. La perpetuidad de la misma no se basa en lo tangible, si no en la correspondencia que tenga una pieza para expresar un sentimiento y que el espectador pueda percibirlo.
Amador Montes lo ha entendido así, logrando una sinergia entre lo accidentado y la mezcla de colores, textos, y materiales para formar obras que no representan el tiempo actual, si no que aparentan un tiempo antiguo, vivido de hace muchos años, de paredes que no esconden el paso del tiempo y se muestran orgullosas de su longevidad, de la crónica de acontecimientos de un pasado remoto.
Las crónicas personales de Amador Montes hacen referencia del mismo modo a un calendario de la vida del artista. A través de su obra podemos encontrar un compendio de imágenes que han sido plasmadas en un orden íntimo.
El artista oaxaqueño nos muestra su perspectiva de una serie de crónicas con 22 piezas, donde nos cuenta historias que no pueden ubicarse en un lugar definido, sólo conocemos la hora o la temporada en que ocurrieron porque así lo ha registrado el autor en sus cuadros.
Más allá del drama del tiempo cósmico, Amador hace su crónica con aves y lugares viejos deshabitados, nos narra con cautela acontecimientos que fueron parte de su vida, hace una abstracción de un conjunto de sucesos que son mostrados de acuerdo a un orden de aparición. Al igual que el calendario cósmico de Sagan, cada óleo tiene el objetivo de almacenar grandes cantidades de detalles, de información personal del artista.
La obra de Amador acentúa los sentimientos, reconoce al hombre como un ser emocional, donde lo que debe trascender no es lo material o tangible si no la impresión por mirar un cuadro.
Algo nos queda claro en esta reflexión, aunque los seres humanos sólo ocupamos una pequeña parte en el océano del tiempo y sean pocas las huellas positivas que dejamos en la tierra, pueden ser inmensas las marcas que dejamos en el espíritu del hombre con nuestras artes.
Ignacio Pareja. Junio 2009